La asamblea nacional de la Otra: un ejercicio en democracia
por Alejandro Reyes
Julio de 2006

Este 2 de julio México terminó de enterrar la democracia electoral, tan tardía y mal parida hace sólo seis años. En el momento en que toda la euforia autocomplaciente de la supuesta transición democrática del 2000 se viene abajo ante la usurpación del poder por el poder, la marcha fúnebre que acompaña la democracia electoral rumbo a su final destino parece hacerse omnipresente con su estrépito. Pero hay que escuchar atentamente para percibir las muchas otras voces que, a la par de este formidable ejercicio indemocrático, construyen otras formas de democracia participativa y de autodeterminación. Entre ellas, evidentemente, está la Otra Campaña, que desde su inicio ha estado reinventando la democracia en la práctica cotidiana de su caminar.

Por esa razón, analizar lo ocurrido en la Asamblea Nacional de la Otra Campaña, realizada los dos días previos a la elección presidencial, resulta indispensable, no sólo por lo que en ella se trató, sino sobre todo por lo que ella nos dice sobre estas nuevas formas de hacer democracia. Los resultados tangibles de la asamblea fueron de hecho modestos: no se discutió el Plan de Acción Nacional ni se desarrolló una estrategia capaz de orientar nuestras acciones más allá del 2 de julio. Sin embargo, a pesar de sus modestos logros, la asamblea fue fundamental porque plantea ciertas preguntas sobre nuestro caminar sobre las cuales es imperativo reflexionar.

La impresionante pluralidad de voces, experiencias y formas de lucha que se escucharon durante los reportes de los estados y los sectores reiteraron lo que se vio una y otra vez durante el recorrido de la Otra Campaña: el polifónico florecer de un movimiento plural, inclusivo y sumamente creativo.

Ya la decisión sobre la marcha del 2 de julio, tomada intempestivamente en media hora al final del primer día, fue en muchos sentidos un atropello al proyecto de construir nuevos principios democráticos. La forma desafortunada en que se tomó la decisión de realizar la marcha plantó la semilla del caos y la discordia del segundo día. Las propuestas sobre qué hacer y cómo organizarse el 2 de julio se multiplicaron caleidoscópicamente durante horas sin que se vislumbrara un horizonte de entendimiento. Los oradores proliferaban, se repetían, divagaban por tortuosos senderos que impacientaban a la asamblea que, a su vez, olvidaba las lecciones tan trabajosamente aprendidas en los últimos meses sobre el escuchar. Los ánimos se exaltaban y el aire se enrarecía con aquella nebulosidad característica del realismo mágico, de manera que hasta los más sensatos se enredaban en un sin fin de argumentos que no llevaban a ningún lado.

Pero entonces la mesa anunció que alguien había sugerido que a lo mejor, quién sabe, tal vez, sería interesante saber si el Sup por acaso, quizás, tenía algo que decir, y preguntó a la asamblea si alguien se oponía a tal. Evidentemente, nadie se opuso. La sugerencia no pareció sorprender al Sup, quien se levantó ya con varias páginas de discurso en mano. Y en cuestión de minutos, reinó la concordia.

Marcos hizo varias críticas claras e incisivas al proceso. La asamblea no es la instancia máxima de tomada de decisiones, dijo, pues no cuenta con una representatividad equitativa de los estados; es solamente un espacio de encuentro y discusión; decidir por votación es equivalente a la imposición del centro sobre el resto de los estados. Finalmente, el Delegado Zero propuso que se realizara la marcha del Ángel al Zócalo y que se redactara colectivamente un manifiesto a ser leído en el Zócalo por representantes de cada región. Sugirió cómo dividir las diferentes regiones y la forma de trabajo para la redacción colectiva, incluyendo los temas a ser tratados por cada región. En suma, trazó un plan detallado y preciso y lo puso a la consideración de la asamblea. En cuestión de minutos se aprobó la propuesta por consenso y se dividieron los grupos de acuerdo a las regiones que Marcos había señalado. El proceso de trabajo, por lo menos en la región norte donde me tocó, fluyó armonioso, productivo y eficiente, y al final del día el manifiesto estaba listo y la marcha organizada.

Pero, ¿cómo leer esta intervención de Marcos? ¿Cómo entenderla en el contexto de un movimiento que en principio rechaza la idea del liderazgo y el caudillismo, donde el Delegado Zero es “zero” justamente por su estar y no estar, por servir solamente como catalizador de un proceso y no como líder, donde la máscara tiene por objetivo disminuir la importancia del yo individual para transformarlo en el nosotros colectivo?

La intervención de Marcos evidentemente rompe con este esquema. No sólo presenta un plan definido sino que traza el mecanismo preciso de su implementación. Y aunque plantea esto no como una orden sino como una propuesta entre tantas, su aprobación es prácticamente inevitable. Así, la propuesta se vuelve en los hechos una imposición.

Al mismo tiempo, hay que reconocer que la intervención de Marcos es la de un tipo de líder muy particular. La “imposición” tiene, no sólo en teoría sino en la práctica, la posibilidad de ser vetada por la asamblea, y su aprobación depende de la doble condición de su sensatez y el prestigio moral del enunciador. Además, la propuesta contiene los elementos del trabajo colectivo y representa un camino de regreso al ejercicio democrático que parecía haberse descarrilado. Cabe mencionar también que, de haber sido escrito por Marcos en vez de la asamblea, el manifiesto probablemente sería mucho más innovador. El manifiesto peca, en mi parecer, de un exceso de denuncias y una escasez de propuestas o siquiera de ejes de trabajo, a pesar de que muchos de ellos fueron identificados durante las discusiones preliminares. El manifiesto refleja una inmadurez política por parte de la Otra Campaña que es simplemente resultado de su corta edad. Si Marcos se hubiera adelantado al proceso, tendríamos un manifiesto mejor escrito que no reflejaría las convicciones de la Otra Campaña en su conjunto.

Tanto física como metafóricamente, la posición de Marcos es la del líder que está no al frente del movimiento sino atrás, escuchando y sintetizando en silencio, pero que en el momento oportuno se coloca en frente por unos instantes, planta la semilla de la autocrítica y la concordia, y se retira nuevamente al silencio de la retaguardia.

¿Podemos entonces hablar de un caudillo?

En una plática con Rodrigo Ibarra, John Gibler y Daniel Nemser sobre este tema, Rodrigo mencionó el papel del anciano en las asambleas indígenas, conforme descrito por Carlos Lendesdorf en Los hombres verdaderos . En dichas asambleas, el anciano sería aquél que escucha todas las intervenciones y es capaz de plantear una propuesta que recoge todas esas ideas y que resuelve el momento del empantanamiento como el que vimos en la asamblea. Aunque esto tiene mucho sentido y está fundamentado en la experiencia indígena, es importante observar que la Sexta Declaración no incluye el papel de dicho anciano, planteando una mucho más radical ausencia de liderazgos.

Como quiera que sea, considerando la tradición histórica latinoamericana, tan propicia al caudillismo, la preocupación no deja de ser pertinente: ¿es Marcos para la Otra Campaña un caudillo o un anciano? ¿O es quizás ni una cosa ni otra; un nuevo tipo de líder, revolucionario en su intención democrática, pero a final de cuentas líder? Y más: ¿puede la Otra Campaña sobrevivir sin la presencia de Marcos? ¿Pueden, por ejemplo, los comandantes zapatistas, cumplir la función de ancianos? La pregunta no es si tienen la capacidad para hacerlo, eso no se duda. La pregunta es si la Otra Campaña en su conjunto puede o no aceptarlos, si depende o no de la figura de Marcos. Y esta pregunta es de fundamental importancia, pues determina la diferencia entre un movimiento no muy diferente de los demás, guiados por un caudillo sin duda brillante pero sujeto a todos los peligros del caudillismo, o un movimiento verdaderamente revolucionario, capaz de crear formas inéditas de democracia y autonomía.


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